lunes, 15 de junio de 2009

Reencuentro con la niña interior

Sólo el tiempo pasado le hacía sentirse una perfecta desconocida a los ojos de álguien que convivió con ella en la niñez . Ya habían pasado más de cincuenta años y la vuelta al camino de su infancia se le hacía un nudo en la garganta sabiendo que lo que iba a encontrar, era la cuna del recuerdo. Los ojos se cubrían de emoción nada más bajar por la calle y reconocer al fondo la casa de sus padres. Le resultaba gratificante hallar tantos restos de lo que ya se creía perdidos y en este día de su memoria, brotaban de golpe la emoción y las lágrimas guardadas por sentirse de alguna manera de nuevo en su casa.
Bajando por la calle a la derecha estaba la casa de Ramón el carpintero que de pequeña le hizo una sillita,a la izquierda la de su amigo Rafael con el que un día se besó para saber a qué sabía besar, más adelante la de su amiga Irene que hasta más mayor no supo que no se llamaba Irene y, la casa del fantasma porque nadie vivió en ella y entre los niños corrían las historias más inverosímiles... nada más que encontrar. Por lo general su calle parecía otra por tener casas nuevas y gente desconocida.
Siguió un poco más y llegó a la altura de la puerta de su hogar.
La fachada estaba llena de desconchones y la puerta tenía tantos agujeros como las heridas de su alma. Sacó la llave del bolso y abrir la puerta le costó bastante esfuerzo. Ante ella se abrió la oscuridad de una casa que estaba llena de silencios y voces del pasado. Ecuchaba las voces de sus hermanas y la de su madre, la su abuelo y la de las vecinas reir contando cosas cotidianas que ayudaban a vivir el día a día. Abrió de par en par las ventanas y con las voces, aparecieron las imágenes del pasado poblando por arte de magia cada rincón de la casa. Tanto tiempo vivido que lo más querido, se quedó en aquella casa y en aquella calle para viajar tan lejos como altos eran sus sueños de querer volar para hacer una vida nueva.
Entró en la habitación de sus padres y abrió un bahul. No se podía creer lo que acababa de descubrir: eran unos zapatos de tacón alto y tan hermosos como su recuerdo más soñado. Sacó de su bolso la única fotografía que tenía de su niñez: era ella con siete años calzando aquellos maravillosos zapatos. Se descalzó y como si fuera un guante hecho a medida, calzó aquellos maravillosos tacones sintiendo como aquella chiquilla de la foto las mismas cosas que vivía de pequeña, pero más mayor.
Bajó las escaleras tan rápida como alma inocente a la que le regalan lo más maravilloso del mundo y llena de coquetería, salió por aquella puerta con la promesa de sentirse siempre un poco más niña...

Para Namyra con todo mi afecto.

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